Andrea


Desde hace años el mirlo canta de otra manera,

canta como buscándote sobre la luz de agosto,

canta como silbando tu nombre entre los árboles,

canta como extendiéndote por la naturaleza.

Desde hace años las rosas son más jóvenes,

más morenos los prunos, más niñas las hortensias.

Y parece que el blanco dulzor del cinamomo

te dedica su polen. Lo saben las abejas.

Parece que el verano deja de iluminarnos

tan pronto como cierra la azul adolescencia.

¿Por qué existe el dolor? ¿Qué sentido tendrá

soltar en el camino la mano que nos lleva?

¿Qué razón misteriosa será la que nos parte

en tan sólo un instante toda la vida entera?

¿Qué puerta inexplicable se abre para nosotros

cuando todas las puertas posibles se nos cierran?

Desde hace años, a veces, nunca sucede nada.

Ladra un perro a lo lejos, maduran las ciruelas,

vuelve a caer la nieve... ¿Valdría más ser humo?

¿Sentirá el fuego el peso y la herida de su ausencia?

¿A dónde irán los seres que dejan su hermosura

a punto de brotar? ¿A qué espacio, a qué tierra?

¿En qué explicación caben su voz y su futuro?

¿Cómo reconocerlos cuando se hacen estrella?

Desde hace años hay horas que trepan mundo arriba

con la misma esperanza que las enredaderas:

aferrarse aunque sea al vacío del aire,

con tal de abrazar aire y creer que nos besa.

¿Dónde guardar los sueños que dejaron intactos?

¿Dónde plegar su ropa para algún día olerla?

¿En qué rincón oculto de nuestros corazones

podremos tocar siempre su lejanía más cerca?

Desde hace años el tiempo se queda adormecido

con la luz encendida y la cena en la mesa.

Qué extraña realidad, Dios, nos posas en los ojos

que al volver a mirarla jamás es lo que era.

 (A Andrea, in memóriam)
 

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