Diciembre



Estos días no son como aquellos que fueron. La ilusión relucía con los primeros astros, en la voz montaraz de las mañanas, en el hielo afilado del camino. Diciembre, baja la luz como evocada y lenta, estrena el frío sus petirrojos tímidos. Nada existe alrededor más que narvaso y vaho que despide la tierra. Pero soñamos. Estos días del año no son como ninguno. Parece que la vida es menos peligrosa, que silencia sus garras y aminora su ritmo.  Soñamos como sueñan los brotes de las zarzas, los vástagos del mar, los sueños campesinos. De la escasez germina la abundancia, así nos lo enseñaron y así nos lo aprendimos.

En los escaparates, entre las zapatillas y el jabón y algunos polvorones esparcidos, ponen unas bombillas que apenas iluminan, pero llenan de magia los objetos, a los pocos paquetes que hay expuestos, a los frascos con agua de colonia, a los pañuelos blancos con la inicial bordada, a la torta exquisita de pan de higo. Es la misma ventana del bar tienda de siempre, donde anuncian alubias y caldo y funerales, pero en diciembre todo deja de ser lo mismo. En diciembre las horas vienen con más holgura, suceden despaciosas y huelen a humildad como huele el cocido.

En casa también suena un tiempo muy distinto. A la entrada, mi madre, entre algodón blanquísimo, sobre la zapatera, pone a dormir al Niño. Y tan pronto abre la caja con guirnaldas y adornos, que duerme todo el año encima de un armario, y se coloca el árbol, en un tiesto cubierto con papel plateado, al fondo del pasillo, algo cambia en el mundo de sus cuatro paredes, como si un brillo extraño alumbrara los cuartos, como si una esperanza se ocultara en los techos, como si algo en nosotros intuyera una estrella. Despide todo copos de cariño.

En la escuela se nota más que en todos los sitios. Los maestros no pegan ni castigan ni riñen como hacen casi a diario. Dibujamos estampas y rotulamos ángeles, llenamos las ventanas de acebos y belenes y campanas y cirios. El mes entero estamos preparando estas fiestas, con la estufa encendida, sin quitar el abrigo, recortando y pegando, recitando oraciones y ensayando estribillos de villancicos. El paisaje es muy triste pero vale la pena. Oscurece enseguida, enmudece la luna. Los árboles se quedan desnudos y callados. Y se ven muy nevados, a lo lejos, los Picos.

(La Nueva España, 08/12/2016)

Como yo te imagino



1 Nov 2016

Aurelio González Ovies

A María Elvira Muñiz,
in memoriam

Marial, te entrego el mar que a mí me pertenezca y de tu inmensa hondura le propones un fondo. Te ofrezco el horizonte de Verdicio, sus tardes silenciosas, su ganado paciendo, sus maizales extensos como la claridad de agosto. Te doy frutas maduras, legumbres muy tempranas de un libro que escribí sobre la tierra.

Yo te imagino, a veces, en las sombrías riberas de un río manriqueño; refrescando los pies en las pozas profundas de sus sílabas. Te veo en una orilla donde las olas beben sus encabalgamientos. Vas playa adelante y es verano. Llevas en torno a ti anáforas de luz y blancas mariposas en hipérbaton. Y te gusta observar cómo se escurre el oro de la arena entre los dedos, la lejanía de las gaviotas que rondan los pesqueros, la sal de la nostalgia con que compone Alberti.

Te sospecho en el norte de tu infancia, sobre un verso muy tierno de Neruda. Entre el veloz nordeste que agita las coladas. A través del invierno y sus hórreos de frío. Te supongo sentada, con muñecas y estrofas, en antojanas rústicas donde ya te cegaba el sol sobre la cal de los muros inéditos de Juan Ramón Jiménez.

Marial, te mereces las sábanas bordadas de la literatura, el aroma a manzana plegado entre las páginas de Asturias. La niebla que desprenden las cantinelas nobles de los agricultores. Las letras capitales de la historia de un siglo que te rinde su historia. Mereces la ternura y el entusiasmo con que injertaste esquejes de la lírica.

Yo te imagino siempre con un libro en el pecho, sola, recostada entre espigas y amapolas de Claudio; ventilando romances de Machado en los páramos; acariciando el ritmo y la sintaxis. Enseñando a soñar en las aulas inhóspitas a los adolescentes, que hoy te llaman maestra y te llevan presente, en el amor, la vida, la memoria y la poesía toda que guarda el universo.

Marial, estas palabras mías no son más que palabras, pero quiero que sean admiración en quiasmo, sinónimas de gracias, metáfora de un beso, de todo mi sentir, mi admiración sincera, mi amistad verdadera y hectáreas enteras de cariño y respeto.

GRACIAS SIEMPRE. DESCANSA

Sombra de otoño



El olor de la higuera a menudo me lleva hasta tus brazos. Todo, en otoño, guarda una enorme tristeza. Las calabazas solas en el suelo pelado de las huertas. La nube que se aleja como un niño cansado. El roto espantapájaros que cuidaba el maíz entre el narvaso húmedo. Las castañas que secan sobre el papel de un diario en el alfeizar. Las botas de algún padre a la puerta de casa. Los cuartos que ventilan, tras el balcón abierto. El gato que se duerme, con su pelusa hermosa, dentro de una madreña. La hortensia que plantaste junto a los crisantemos. Los crisantemos blancos que ahora son para ti. El barreño posado sobre el brocal del día. El jabón que perfuma la colada soleada. El origen del pan. El bote de la nata que duerme en la fresquera.

Todo oculta, en otoño, una especie de asombro y de melancolía. La espadaña que asoma, a lo lejos, cansada. Las campanas que tañen somnolientas. El petirrojo tímido que salta en tus pupilas. Las manzanas caídas como un don inservible. El rosal que, tenaz, florece entre los muros de una heredad desierta. El tractor que se pudre entre ortigas y zarzas. El ladrido del perro que aguza el cazador. El disparo sombrío que da muerte a la presa. Los árboles sumisos que derraman su anchura. La gaviota extraviada que grazna en la ciudad. El bullicio del mundo con toda su fatiga y todas sus sirenas.
Todo anuncia, en otoño, una sombra cercana. El riachuelo raudo que en breve se congela. Los ancianos que salen de paseo, abrigados. El labrador que aparca su afán y sus aperos. El tinte del crepúsculo, la púrpura del brezo, la orfandad de la tierra. El crujir de los cuerpos, la edad que avanza firme. El herbazal que tupe la voz de las aldeas. Los caminos que cierran para siempre. El pescador con una mar de trabas. La mina y los candiles que se extinguen. El ganado que, año tras año, mengua.
Todo, en otoño, sabe a memoria y a humo. Todo contiene gusto a sosiego y madera. El cobre de la luz que tarda en despertar. La brisa y su galbana sobre las hojas secas. El paso de las horas y su espacio insalvable. La fugaz indolencia de un domingo cualquiera. La metáfora anchísima del invierno tan próximo. Las aves que se van. Las chimeneas calladas. La lluvia y su cadencia. Todo en otoño es víspera de poema.

Un poema en asturiano en la Librería Juan Rulfo en Madrid el 4 de octubre de 2016



Ubi sum

Aurelio González Ovies

Yo sé que nada regresa, que nada
vuelve nacer, que lo que tuvo
nun ta, que nada ye lo que fue.
Eso sélo, ya lo sé. Sélo dende bien
pequeñu, dende que vi que crecer
yera dir dexando atrás aquello qu'ún
más quier: les caleyes que conoz,
la mano que nos calez, el corredor,
onde'l mundu paecía lo que
nun fue. Dir dexando atrás.
pa siempre,
todo lo que nos fizo ser/ a la imaxe
y semeyanza/ d'aquellos que nos
amaron/ como naide más nos quier.
Pa siempre, pa siempre, atrás,
como mañana y ayeri, como l'agora
y el llueu, como l'antes y el después.
Pa siempre, siempre pa siempre.
Eso sélo. Yá lo sé.

Y onde toi / nada permanez que puea /
devolveme dalgo fe / nes mentires
que me valíen pa siguir tando de pie,
pa engañame día tres día, qu'al fin
y al cabu, nun ye / más que l'embuste
la vida: perder, guerriar pa perder,
encariñase, sufrir, pa, al fin y al cabu,
perder.

Onde toi, miro, respiro y noto
que me duel reconocer que nun topo
nada apenes no que me reconocer.
Namás que'l cielu, el regueru,
la figar, la mar, les peñes y dalgún
cachu paré, au s'echen les llagarteses
a asolinar. Esto ye / lo que me queda, lo que
soi de lo que fui, más lo que nun pude
ser.

La realidad es otra



Con los ojos del poema veo el mundo de otra forma. Alargo la longitud y estanco las diferencias. Se me agigantan los sueños y la realidad desborda. Siento que me hieren menos las presencias insalvables; y que ya no me hacen daño ni las palabras sin fondo ni el triunfo de la derrota. Subo a las salas del tiempo y examino sus probetas, comprendo por qué sus lapsos, por qué su eterna premura o, en el dolor, su demora. La poesía me salva de la común indolencia y me acompaña, infalible, con su humildad campesina, como el aire del que vivo, como el silencio y la sombra. Me concede libertad y me acoge en sus delirios, desprendida, a cualquier hora.
La poesía es un estado de ceguera perspicaz, un incontrolable instinto de pasión desoladora, una fiebre, un acueducto que nos exilia del alma y nos trasborda a la sed, como cuando se es muy joven, brillante como la luz, y el corazón se enamora, y el amor enciende a diario, cada noche, sus luciérnagas y asistimos a sus templos en cuadrigas de deseo, con desbocada emoción, igual que el fugaz ahora.
Con la poesía alcanzo los páramos imposibles y desde su majestad me engrandezco y vocifero, nombro lo que no se nombra. Recupero trascendencia y dilato el sentimiento y accedo a todos los túneles de la infinita memoria. Yergo verdades ocultas, desentraño incertidumbres, confieso remordimientos y escucho lo que susurra la lluvia sobre las rosas. La poesía me ayuda a arrastrar lo que ignoro, a suponer lo que habito, a sospechar lo que falta en virtud de lo que sobra. Y me es necesaria siempre, por lo que me hace vibrar, por lo que canta y no dice, lo que sugiere y preserva, lo que actualiza y añora.
Y adivino en tu carácter montañas y riachuelos que desembocan en lunes, casi al pie de mis orígenes, muy al norte de la historia. Percibo las intenciones injertadas en tus labios, admiro la magnitud de cuanto pronuncia el humo que se escapa de tu voz, los fragmentos de belleza que emergen de tus lomas. Pronostico la salud que aún permanece en los pájaros y en qué rincón del otoño, como mi padre hizo un día, la muerte me cubrirá con el ocre de sus hojas. Sé tanto como el espacio, soy más que un instante apenas, me acerco a lo inaccesible, espanto lo que me asola. Y en ella amarro las bridas de todo cuanto me tienta, de cuanto miente y me atrae, de cuanto pierdo y me llama, de cuanto espero de ti y jamás conseguiré por ser la vida tan corta.  

Aurelio González Ovies

Vengo del Norte: Amistad, Amor, Palabra en la Librería Juan Rulfo



Vengo del Norte, de los acantilados de un destierro... La voz de Aurelio González Ovies se escuchó en el acogedor ambiente de la Librería Juan Rulfo del Fondo de Cultura Económica en Madrid colmando a todos de altas, sublimes emociones.
Habíamos preparado este encuentro desde el pasado abril en donde en la misma Librería dejamos la promesa de volver dejando surcos llenos y un retorno, como dicen las palabras del libro que ahora nos reunió y que se llama Vengo del Norte.
Poesía es eso que sucede en el corazón. Poesía es reunión humana, transformación y encuentro. Es voz y mirada, calor y una alegría muy íntima, que sucede en la interioridad sagrada de cada quien. Todo eso vivimos esa tarde del 4 de octubre de 2016, donde la hospitalidad de la Librería encabezada por Francisco Ruiz Barbosa se abrió a la palabra que viene del Norte como una fruta madura de oportunidad para que acontezcan milagros.
Milagros sencillos. Maravillas cotidianas. Amistad. Amor. Palabra. Y Patria. Una nueva, recién nacida patria de palabra en la que los caminos se reencuentren y enriquezcan con las experiencias del Norte, con los sentires del Sur, en ese espacio simbólico que encierra el nombre de México y que es el del centro del mundo. 
Lugar de reunión, de puesta en contacto entre los orbes. Más que una presentación de un libro, Vengo del Norte en la Librería Juan Rulfo fue una comunión con esa enorme potencia de la palabra y esa dimensión de la esperanza que se llama Poesía. La Poesía de Aurelio González Ovies.


Aurelio González Ovies con sus álbumes de poesía infantil, presentes ya en Librería Juan Rulfo

Pedro y Carolina, de México, fueron los primeros en llegar

Aurelio firmando ejemplares de sus libros

Francisco Ruiz Barbosa, Gerente del FCE España e Isabel Bueno en un momento del rccital

Disfrutando la palabra de Aurlio González Ovies. A la derecha, Angélica Menzinger, que hizo una hermosa lectura

La Librería Juan Rulfo nos hizo sentir bienvenidos en todo momento

Aurelio y yo antes de empezar el recital

Vengo del Norte en la Librería Juan Rulfo


El libro de poesía con el que Aurelio González Ovies obtuviera el accésit del Premio Adonáis 1992 es ahora el lugar en que americanos y españoles nos pondremos en común en la Librería Juan Rulfo del Fondo de Cultura Económica, el 4 de octubre de 2016 a las 7 PM.

Rutinas




Siempre ahora y nunca siempre. La rutina tiene forma de avenida extensísima, con balcones que miran a balcones que miran a lo mismo. Y puentes que desaguan en puentes de otros puentes. Y ríos que discurren con costumbre de río. La rutina es falaz y nos engaña a diario. Nos convence, tal vez, de que no hay más camino. Ni más bifurcaciones. Ni más alternativa. Nos enfunda los ojos. Nos sella los oídos. Camela nuestras blandas voluntades de humanos. Ofrece expectativas de un cambio repentino. Pero nada se muda en la rutina apenas, mínimamente el alba, una lluvia muy leve, un insólito pájaro, una rama, un aullido.

Siempre siempre y nunca ahora siempre. La rutina se enrosca como una enredadera y trepa hasta cubrir lo que surge distinto. Nos vela de la luz aquello que pudiera destellarnos acaso. Elimina en lo nuevo novedad y atractivo. Es tan contradictoria como la vida, a veces. Nos obliga a aceptar lo que nos cae en suerte. Da posibilidades impedidas de mano, reduce las salidas, constriñe en sus imperios, en su habitual perímetro. Nos lleva a imaginar lo que no imaginábamos. Nos impulsa a añorar lo que jamás vivimos.

Desde siempre, por siempre siempre. La rutina genera circunstancias autómatas. Y pasajes sin fin como eternos pasillos. Nos transporta en sus trenes de exigida ida y vuelta. La rutina contiene estructuras de enredo, rituales de adicción, casta de laberinto. Posee bosques iguales y jardines iguales y barriadas iguales y extrarradios idénticos a extrarradios amplísimos. Y te confunde un día y otro día y un mes y un año y otro año y así, como ella fluye, hasta cumplir un siglo. Te engatusa y seduce con sus visos de experta, con sus pasos seguros, con su imán de inercia, con lo de que es mejor lo malo conocido.

Siempre lo mismo siempre, aunque nada igual nunca. La rutina conduce a provincias extrañas de nuestros sentimientos y echa de menos mucho no distanciarse un mundo y sufre con gran dolor el abandonar un sitio. Y hace viajes a viajes que no asumen trayectos fuera de lo frecuente. Y no puede arrancarse su vocación de círculo. Quisiera estar muy lejos del cielo de sus noches, mas al caer la noche solo anhela su cielo, el cielo de su noche, en su noche de siempre, en sus oscuros hábitos, en su propio cobijo. Rutinas del amor, por soledad, por fuerza. Rutinas por flaqueza, por cansancio, por resignación o aquello que otros dicen destino.

(C) Aurelio González Ovies

Conxugación




Pasábemos les tardes
mirando pa la mar. Futuru
y horizonte
nun yeren muncho más
de lo que son agora, mañana
y otru día:
alverbiu.

Y a cambiu d'unes ñubes
fumioses y presentes
nes que-y dicía qu'había pirates
y princeses
-la neñez y'el más noble escalón
d'esta vida d'intereses y trueques-
espetábame un besu.

Vengo del Norte en la Librería Juan Rulfo el 4 de octubre de 2016


Vengo del Norte

Charla-recital

Aurelio González Ovies y María García Esperón

Librería Juan Rulfo del Fondo de Cultura Económica
Martes 4 de octubre 7 PM
Entrada libre


La hora de las gaviotas (y otros poemas): Un libro para las dos orillas



La hora de las gaviotas (y otros poemas)
Aurelio González Ovies
Enlace Editorial
Bogotá, 2016

Un libro para las dos orillas


Esta nueva edición americana de La hora de las gaviotas, del poeta asturiano Aurelio González Ovies  está constituida por el libro que obtuviera  en 1992  el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez y por una selección de poemas que ha hecho el autor pensando en los jóvenes de Hispanoamérica.

Un nueva hora suena en estas páginas para el lenguaje y la sensibilidad. El amor y la separación, los seres entrañables, la sencillez de las cosas de todos los días, el mar y las gaviotas se nos develan como recién surgidos del sueño de un joven. Un ser humano que aprende a sentir y a dolerse, a valorar la fugacidad de la belleza, a aquilatar la fuerza avasalladora del amor y a deletrear la soledad.
En La hora de las gaviotas todos podemos sentirnos jóvenes de nuevo, enamorados y ausentes, abandonados y solos pero...

hay luna y estrellas
y la noche está quieta como un árbol.

Nos duele la ausencia, nos traspasa el recuerdo, pero ahí está el mundo con su belleza y su ser pleno, su infatigable promesa de reencuentro:

Volverás en verano
y encalaremos juntos la fachada del tiempo.
Aquí todo envejece a ritmo campesino
y te echamos de menos cuando tus rosas
revientan como un tiro de sangre.

El ritmo de La hora de las gaviotas nos devuelve, a nosotros, seres desencajados de la naturaleza, a la pulsación de los orígenes, al parpadeo de las estrellas y a la vivencia del alba. Devuelve un mundo que ha sido amortiguado bajo el asfalto, que ha sido oscurecido a golpe de luces artificiales. Restituye un sentir hondo que ha sido amordazado y diluido en la vacuidad de las relaciones y convenciones de pantalla. 

En La hora de las gaviotas, todo está encendido: el tiempo, la luna, el amor y la muerte. El Hombre. Todo está por entero: la noche y sus estrellas y el adiós definitivo de los que se han querido y tienen que separarse. Y de los versos desciende, majestuoso, el recuerdo y al paso de las palabras el alma, que es la que está leyendo estos poemas, comprende que está asomada al infinito y se asombra y enmudece ante tanta grandeza que es también su origen y a la que está en principio destinada.

En lo personal, pienso que nadie debería perderse la felicidad inmensa de leer la poesía de Aurelio González Ovies. De tener la oportunidad de convertirse a ella, a la humanidad que es y que propone. Y que es una fortuna que La hora de las gaviotas haya sido reeditada en Colombia. Que sea posible adquirir el libro, tenerlo en las manos, perderse en sus versos para encontrarse renacido y humano. Que toda esa Luz y ese sabor marino del Cabo Peñas y el Mar Cantábrico, que toda esa Verdad en la que no ha cesado de vivir, creer y crear el poeta asturiano sea también y para siempre parte de nosotros. 
María García Esperón



¿Áu voi?



¿Áu voi? ¿Qué busco? ¿Por qué
escapo tantes veces d'onde toi,
d'equí, onde fui,
a tranques y barranques, dando dalgún
pasu en firme,
tanteando ser curtiamente
feliz?
¿Qué pretendo alcontrar
que desde equí nun tope?
¿Qué imaxino tocar que les mios manes
nun puean algamar dende
mi?
¿A qué suaño abrazame que nunca
se m'escurra?
¿A ónde me dirixo? ¿Qué más hai
que l'amor,
esi dalguién qu'aguarda
cola lluz encendío
colos llabios en flor
colos güeyos en vela?

¿Qué más? Yo sé que nada
esiste
-los años me lo dicen-
fuera de ti y de mí.

Todo presente



¿Qué sabíamos nosotros del dolor y la angustia? Era todo presente. A lo largo y lo ancho de la tierra. Presente sin después ni antes ni otros lapsos. Presente vasto y limpio, como el agua que baja de la nieve, como un cielo después de la tormenta. Presente agigantado. ¿Qué podía velarnos la incipiente alegría? Amanecía la vida con esas simples cosas que dan forma a la vida: la voz del pan, el perro que madruga, el eco sobre el yunque que cabruñaba el día, el canto de algún mirlo, el rebuzno del burro, la roldana oxidada que sujeta un caldero, el olor del ganado.

Las mañanas venían envueltas en neblina, pero el sol despuntaba bien temprano y entraba por los árboles como un sable de plata y humeaba el paisaje y había telarañas que brillaban, mojadas, entre las ramas verdes de los manzanos. ¿Fue verdadera aquella estancia pura? ¿Eran sus horas de tiempo más inmóvil? ¿Duraban sus instantes lo que abarcan los años? ¿Y qué tiempo era aquel con tanta dimensión?¿Cuánto existió su breve eternidad? ¿Desde dónde hasta cuándo? ¿Qué fulgor irradiaba la anchura de aquel orbe? ¿Por qué deja la luz de ser la luz que fue? ¿Y quién restaura la luz que se apagó para que, en la memoria, siga alumbrando?

Todo presente. Moisés, Marivi, Yolanda, Satur, Gloria, Ras, Monchi, el Nene, Pablo. Olvido, Pepe. Bañugues, Luanco. Allí empezaba el universo. Y allí acababa, junto a esos nombres, justo a la vera de su pasado. Entre las casas que suponían el mundo entero, entre sus huéspedes, José Ángel, Carras, Blanca, Ramón, Charo, Belarmo. Pero los nombres, ¿qué son los nombres? ¿Qué llevan dentro? ¿Tienen guitarras o cascabeles? ¿Fondo de mar? ¿Por qué persiste tanto su cántico? ¿Son caracolas? ¿Por qué se escucha en su interior todo lo nuestro, a veces, nombrándolos?

Fe doy de que habité tardes enteras por los más bellos linderos del verano. Tardes llenas de hombres y mujeres, con sombreros de paja y cestos con merienda, que trabajaban siempre y siempre era cantando, ya fuera entre la hierba, o bajo la fatiga, o tras la fría guerra o encima de los carros. Tardes que percibí como una dulce herida que iba a permanecer en mí con sangre fresca. Tardes de maizales con brisa leve que abanicaba sus tiernos brazos. Fe doy de que fue así, mas se me escapan señas y derroteros y fechas ciertas. No podría volver, ni siquiera afirmar dónde situarlo. Difícil retornar ni a un mismo sueño. Imposible pensar hacia quién dirigirme. Me faltan leguas. Me sobran pasos.

(La Nueva España, 17-08-2016)

Agua de prúa




Yá sentí munches veces
esti momentu ampliu. De repente,
a pesar d'esti dolor tan grande,
los nomes que me falten, otres
ausencies y d'algo d'amarguxu
na vida,
alcuéntrome feliz. Un sentimientu
ralu
como d'agua de prúa
esnídiaseme y cálame.

(C) Aurelio González Ovies
A imaxe del silenciu

Escena de casa



Ye au'anque nada puea
detenese,
fui tan feliz que yá ye suficiente. Baxo'l
escurecer, equí, recuerdo
agora
la vida madurando
como un frutu brillante. Les andarines fieles
xirando hasta la cuadra y el golor
de la yerba. -Mio ma yera tan moza...-

Esistió too en mi. El cariño y la infancia
como un pan abondante,
los rayos del branu entrando
hasta la siesta. El nome de los páxaros,
el so cantar. Lluciérnagues
col silenciu prendíu so les nueches tan llargues.

Too fue tan de verdá que ye bastante.
Más p'allá, los palos de la lluz,
los maizales y el mundo terminábase.

(C) Aurelio González Ovies
A imaxe del silenciu

Tarde d'agostu




Pal Lulillo. Siempre.

Tarde d'agostu.
Del cinamomu baxa
dulzor de vida.

Ropa tendío.
Quién fuera asina blancu
col nordés dientro.

Campanes y ecu.
Atardezme la vida
sobre la muerte.

Vuelen los gansos.
Les sos ales sol agua
llueven belleza.

Malva montesa.
Caltiéneste tan blanda.
Yo ya vencíu.

Ríu que baxes,
faime corriente tuya.
Arratro nada.

Sele esperanza:
la espinera revienta
cuando quier ella.

Xetu del lliriu.
Si l'home, per un día,
fuere tan íntegru...

Les andolines.
Oxalá siempre vuelvan
per marzu a Bécquer.

Vuelen y vuelvan,
aunque seyan yá otres
y tea yo ausente.

(C) Aurelio González Ovies

Vengo del Norte XX en Teotihuacan



(C) Aurelio González Ovies

XX

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
Miguel Hernández

ALGÚN día se posarán los pájaros a cantar
en tus brazos,
a descubrir que somos los náufragos del tiempo,
los herederos de una canción de amor
que se escuchaba en las brumas del norte.

Esta es la última primavera que estaremos juntos,
ésta es la última parada que precede al recuerdo,
éste es el tren que sale de la vida
a cada siempre en punto,
ésta es la noche que nos queda para romper en hijos.

Te irás y yo me iré,
pero te llevaré, te llevaré conmigo,
te enterraré conmigo a la sombra de un roble
milenario
y allí tendrás pastores que cuiden tus cenizas
y verás la oquedad montañas
y te despertarán los gallos de los dioses.
Todos los lenguajes quedarán sin tu nombre
y entonces las palabras brotarán en los prados
y arrancarán tus sílabas deshojando te quieros.
Hay alguien en el viento que recoge tu semen
y lo esparce a lo lejos. Hay alguien
que prohíbe tu mortal hermosura.

Te irás como una hora de labranza
dejando surcos llenos y un retorno.
Te irás como un camino hacia las estaciones.

Has sido tantas cosas que quedarán vacíos los sonidos
y morirán los números.
Pero estarás conmigo,
te encontraré un paisaje donde tus ojos crean
que la muerte es la vida en otra parte
con el mismo manzano, la misma casa al norte,
los mismos rostros gratos y el mismo perro.

Algún día los ríos terminarán enteros en tu boca
y molerás de nuevo esa nostalgia que madura en agosto
entorno a los maíces y a las romerías.
Tendrás jóvenes llenos de salud
que adorarán el árbol y encenderán sus fuerzas
en las paganas noches de solsticio.
Tendrás enamorados
y bueyes que carreten su ajuar a otro destino
y bosques silenciosos
y casas encaladas con sus cuadras, su estiércol
y su niño comiendo el primer bocadillo.

Te llevaré conmigo
a una lluvia que caiga sin rozar los balcones
a que se asoma el tiempo
para decir el nombre del que ha sido elegido;
a una noche estrellada
donde sobren los faros y te vean los barcos
desde la lontananza.

Esta es la última vez que te veo llorar
sobre la historia.

Vengo del Norte VIII en Teotihuacan


Vengo del Norte VIII
(C) Aurelio González Ovies

YO no sabía que aquí mirabais el mundo
con los ojos cerrados,
que amabais las cosas con tanto desenfreno,
no sabía nada de vosotros ni de este continente
al que llegamos siguiendo el curso del olvido.

Vengo del Norte,
de los acantilados de un destierro,
de los muelles que esperan la ternura,
de las mareas del último suspiro.
Ella quiere pediros una estrella fugaz para amarrarse
el pelo;
está cansada y ha venido mirando atrás
como los que no vuelven.
Mañana se verá en las aguas y quedará preñada
de las profundidades; mañana, siempre mañana
como hacen las promesas.

Vengo del Norte,
de la edad retorcida de las viñas,
de los poblados rústicos del vértigo,
del alarido febril del urogallo.
Desde ahora poseeréis el delirio de arcilla
que retumba en el vientre de la cerámica,
poseeréis la fuga de las olas, el verbo de la espuma.
Desde ahora beberéis el jugo del pomelo
y plegaréis la simetría del alma en los moluscos
y llevaréis sombreros como los que vendimian
las llanuras del alma.

Yo no sabía que aquí entendíais la prisa de los ríos
y cruzabais la historia en balsas de corteza.
No sabía nada ni de vuestros frutales afrodisíacos
ni de vuestras mujeres migratorias.

Vengo del Norte,
de donde lloran las abuelas cuando suenan las gaitas,
de las escapatorias de los topos,
de las minas saladas de las lágrimas,
de la beatitud que fermenta en los hórreos.
Soy prisionero del salitre. ¿Por qué no preguntáis
cuántos naufragios tengo?
Puedo responderos con una nube.

Ella viene conmigo y en los días bisiestos
la amaré con dos bocas.
Ella es la amada que vieron los pescadores en las afueras
de la niebla.
Ella es la heredera de los faros,
la última gitana de la estirpe del llanto.


Mientras yo siga conmigo



Mi casa será la mía mientras yo siga conmigo, tenía un alto saúco que lindaba con el faro y predecía la borrasca y daba bayas sabrosas y en él se posaban pegas y veranos y noticias y el naranja del raitán. Y un prado muy inclinado con eucaliptos al fondo, donde conocí los grillos y la espadaña, el lagarto, el llantén y las ortigas y la ropa echada al verde, oliendo a luz y a verdad. Y sanjuanes que brotaban donde yo jugué de niño, en una senda de barro que luego fue carretera, sin baches y con asfalto, adonde un día llegó el agua y hasta la electricidad.

Mi casa será mi casa, aquella humilde parcela con un viejo lavadero y una tabla en que mi madre jamás se quejó de frío entre frotar y aclarar. Con balcones y geranios, plantados en latas, tiestos, al pie de aquella fachada que por agosto, a primeros, siempre había que encalar. Y grandes matas de hortensias que azuleaban –decían– por la tierra rica en hierro, teñida de mineral. Y unas dalias que bordeaban la huerta que nos brindaba cebollas, berzas, repollos, patatas y zanahorias y todo lo que otra gente adquiría en la ciudad. Y una higuera, unos manzanos y un columpio, entre su sombra, de cuerda y tabla que habíamos recogido de la mar. No tuve reloj de cuco, ni tenedores de plata, pero sí una infancia inmensa que duró una eternidad.

Y detrás, un gallinero donde tirábamos mondas y todo lo que sobraba, que no solía sobrar, y maderos apilados y un picadero de leña con el hacha en él clavado y un carretillo muy lento que chirriaba al rodar. Y estacas donde tender con la bolsa de las pinzas y un barreño siempre lleno de mudas, sábanas, colchas y fundas de trabajar. Y un chamizo con conejos y aperos y algunos trastos que iban dejando de usarse y se apilaban pensando que un día, seguramente, se podrían necesitar.

Nunca cerraba sus puertas, ni de día ni de noche, y jamás dejó de estar abierta al que se acercara. Había leche y había pan. Y olía a diario a cocido, desde bien temprano ya. Luego hicimos otra casa, más grande y cómoda y alta, pero en nada parecida a nuestra casa natal. Y en ella, para ellos era, fueron muriendo los seres que apenas tuvieron tiempo de disfrutarla unos años, tan solo sus años buenos, tan solo unos años más.

(C) Aurelio González Ovies

Carta al verano


Desde hace muchos años, ya no eres el mismo, verano. Eres, humilde opinión mía, de las estaciones que más desencantó. El resto sigue con sus penumbras y su frío, con su desnudez, con sus días escasos y su poca existencia. No hablo más que por mí. Mas o a mí se me erosionaron los sentidos y las capacidades, o tú llegas cansado y decaído, desposeído de todas tus complacencias y tu luminosidad majestuosa. Tal vez podrás decirme tú lo mismo: apenas reconozco tu carácter, se te nota marchito, se te avista más quieto, te percibo extenuado. Es muy posible. Pero nada hay en ti que sea mío, nada mío que reserve para ti.
Me faltan las charcas, las libélulas, los juncos de las húmedas cunetas, los renacuajos, las culebras y los abejorros posándose en los brazos de los solidagos. Me faltan aquellos balagares con gesto de esperanza y el rumor de las lanchas viniendo hacia la costa y el inconfundible tufo de la brea. El enigma del horizonte, el púrpura de las dedaleras y el crepitar de los tojos y el trajín de los hormigueros. Los avisos sonoros del pájaro carpintero, los matorrales y las moras, los pescadores mañaneros, el calor del mediodía, la carnada atrapada entre las redes, las quisquillas resecas por la rambla, los chapuzones y el vértigo del muelle.
Me faltan vacalorias en torno a las bombillas y el calor de la noche; me faltan las mujeres sentadas a la fresca y los hombres de charla con su gorra visera y los muchos caminos que cerraron un día y que nos conducían desde la inocencia a la extrañeza y al vino del saúco y a las chozas secretas y a los primeros respingos de la carne. A tus piernas heridas por las ortigas. A los nidos vacíos de las cerricas; a las fresas silvestres, a espiar parejas tras los setos, a la pólvora de las verbenas emocionantes, al reencuentro de la pandilla, a los balagares recientes, a las higueras frondosas. No hay nada parecido, ni la claridad, ni el tacto de la brisa ni la profundidad del color del agua. Ni la fisonomía de los meses. Nada con las mismas fragancias. Nada con la misma estatura. Nada con la misma nobleza. Acaso, de ahora en adelante, tenga que ser así, acaso no exista más luz que la primera, más verdades que las hermosas apariencias del inicio. Acaso me duele envejecer. Tal vez, acaso.

(C) Aurelio González Ovies
la Nueva España, 30 junio 2016

Mi tierra



Cantaré a los hombres con mi voz mientras pueda, desde este norte tan solo, cantaré toda la vida. Quiero que nuestras costas sean reconocidas, que todos los geógrafos hablen de esta cornisa. Quiero que nuestra tierra jamás sea olvidada. Quiero que el universo sepa cómo el Cantábrico levanta su bravura en las tardes de otoño. Y que su luz silvestre alcance todos los mapas y que todo el presente cale en nuestras orillas. Cantaré con orgullo a estas altas montañas y a estos bosques espesos y estas viejas encinas. Cantaré a los paisanos que apuntalan el verde y a las nobles mujeres que renuevan la brisa.

Mi tierra tiene campos por los cuatro costados y manzanos que brotan como novias altivas. Y gaviotas que cruzan la calma del verano y veleros muy lentos como años de infancia. Mi tierra huele aún a ganado y a cuadra. Y en el alba aún bosteza la leche cada día. Y se escuchan canciones cuando siegan y labran, cuando se hacen las camas y cuece la comida. Y no se han agotado ni el maíz ni el coraje y no han secado todas las fuentes todavía. Mas los caminos echan de menos caminantes y los pomares buscan su claridad antigua. Y están quedando huérfanas las ermitas y el pueblo. Pero habrá algún retorno que la mantenga viva.

Mi tierra aún está a tiempo de amparar su abundancia. Posee naturaleza y rebosa energía. Y atrae con sus colores de salud y fortaleza. Y sabe hablar por sí sola con palabras hermosísimas. Hay musgo y hay helechos y hay ríos y hay riberas. Y reverberan faros que guían a los muertos. Y repican las campanas en cada despedida. Mi tierra nutre caballos en los que galopa el viento y da pábulo al nordeste que ahuyenta la neblina.

Queda en mi tierra terreno para sembrar otro mundo y espacio para que nazcan la libertad y la estima. Porque mi tierra es de sangre fervorosa y porfiada. Sangre que discurre limpia por las venas de las minas. Mi tierra es de raza pura como la sal de la mar. Como el canto de los gallos que rasgan la amanecida. Y mira hacia el horizonte con la mirada bien fija, como la esposa que aguarda las lanchas que han de volver cuando el sol sobre las aguas destiñe y se precipita. Mi tierra espera. No cansa. Presiente que cualquier día será el merecido día.

(La Nueva España, 25-05-2016)

La poesía de Aurelio González Ovies en voces colombianas

Leyendo La hora de las gaviotas en Caucasia


Trasladar una poesía... Tan alada, tan liviana, tan sagrada... tan omnipresente en su cuna manantial, tan dispuesta al vuelo y fervorosa, tan limpia, tan alta, tan sencilla y tan pura, desinteresada... y tantos adjetivos que no necesita ni tampoco su poeta porque ambos son, en el buen sentido de la palabra, buenos.
Y ella y él son para todos. De Asturias para cada rincón del planeta. Del todo Norte al todo Sur, y al Oriente y al Poniente. A todo viento y a todo centro. A toda vela y a toda alma.
En tres días de junio de 2016, esa poesía fue y se escuchó en la hermosa Antioquia: en Medellín y en Caucasia. En las aulas y en la tierra e inaudible y sonora en el cielo, en esas nubes de doble fondo que solamente tiene Colombia.

En los siguientes videos, Wilson y Karla se escuchan a través de los versos de Aurelio González Ovies. Y claro, es Aurelio el que se escucha en esas jóvenes voces colombianas. Y a todos, GRACIAS.




Desde el tren



(C) Aurelio González Ovies

Más fieles que nosotros




Son infinitamente más fieles que nosotros, fielmente más humanos, humanamente, menos perros. Son los que aguardan siempre, esperan siempre, sin pedirnos razón ni cuenta, tras la puerta en la que oyen girar las llaves. Los que nos huelen y nos identifican y se lanzan contentos, sin importar apenas de dónde aparecemos y a qué hora, sin demandar pretextos jamás, nunca respuestas. Son los que escuchan todo y nada dicen, los que no exigen algo a cambio, ni antes ni después, por su calor sincero y su leal y rápida existencia.
Los que van conociendo, poco a poco, la casa y sus espacios, sus instantes de paz y la hora de la cena y haciendo suyos trapos y algún viejo zapato, sin apartarlo nunca de su alfombra y su sueño. Los que miran atentos, sentados a tu lado, cuando husmean que no hay muy buena cara, que nos carcome algo, que algo no resulta, que algo nos aprieta. Y dan con la nariz en tu brazo abatido, pretendiendo menguar la pesadumbre y compartir la pena. Y miran con los ojos, redondos e inocentes, intentando indagar qué dolor nos abate, qué angustia o qué problema.
Los que duermen al pie de la mesita o enroscados al borde de la cama, con orejas atentas a los ruidos extraños, a la tos sospechosa, al respirar anómalo, al reloj cuando suena. Y conocen el orden sistemático de la rutina y el suceder de cada movimiento. Y te siguen sumisos hasta baño, a la cocina, como indefensas sombras. Y tiemblan como hojas de un árbol diminuto en las salas de los veterinarios y reclaman tu mano y tu presencia. Y se ponen nerviosos, como niños o ancianos que se ven desarmados y se muestran medrosos y lloriquean. Los que nada comprenden del mundo ni el fracaso. Nada de la ambición ni del desprecio ni de traición ni tretas. Nada del daño y los remordimientos. E intuyen las lesiones y nuestros desencantos. Y lamen tus heridas, al menos las que sangran. Y agradecen aún el pan y alguna sobra y una caricia o un gesto. Y saben dónde guardas el queso y las galletas. Y envejecen con todas tus costumbres, como uno más de ti, con su pelo ya débil y su imagen gastada. Al margen del final, seguramente. Porque son los que cuando, día a día, perciben que te vas, se resignan, se tumban, se adormecen, te vigilan y aguardan, y no se nos separan y, como siempre, esperan.

(C) Aurelio González Ovies

Al paso de los años



Cuando te conocí era todo hermosísimo como esta tarde, hoy. Asomaban gaviotas por detrás del ocaso y los prunos brotaban como si abriera marzo. Ya estaban las mimosas, como ahora, inflamadas, y nuestros cuerpos, jóvenes, con su insaciable instinto. Cuando te conocí sentía tantas ganas de verte a cada instante que los días se hacían terriblemente largos. Te soñaba en los sueños, te veía en la lluvia, te tocaba en la brisa, te notaba en la luz. ¡Cuánto nos aguardaba desconocido y grande! ¡Cuántos momentos, cuántos; cuántos inolvidables! ¡Cuántas fechas certeras! Miro atrás y comprendo: no ha pasado el amor. Han pasado los años.

Han pasado los años, pero eso nos permite ser más libres en todo, pisar con más firmeza en cada paso dado. Y hablar desde el silencio cuando a nadie interesa lo que vas a decirme, cuando solo queremos entendernos nosotros, cuando nadie es capaz de saber qué expresamos. ¿Qué importan tus arrugas, tus manos ya manchadas, mi cuerpo entumecido, mis noches en vigilia o el caer de mis párpados? ¿Qué mis tantas manías y todas tus costumbres, si a todo cuanto ocurre y a cuanto nos rodea estamos, más que nunca, acostumbrados? No ha cesado el cariño. Han cesado el verdor, el fulgor, la frescura, como ocurre a los árboles y a mis expectativas o al brillo de tus labios.

Deseos, espejismos, fortaleza, coraje, sí, es cierto que han menguado, pero ello nos consiente estar más tiempo así, sin distancias ni asombros, sin menos y sin ‘mases’, sin dudas ni reparos; ello nos deja ser como en realidad somos, dos seres que se admiran, dos almas que se buscan, dos nombres que van juntos como el fondo y el mar, como el sol y el verano. Ello nos facilita subir a cada noche más serenos y cómplices y en plena oscuridad vernos completamente sin apenas mirarnos.

Es cierto que la piel y el gesto y la sonrisa también han agrietado, pero reconocemos mejor el dolor de la tierra y el sentido del mundo. Percibimos, sin más, la belleza grandiosa del instante acabado. Y agradecemos una y otra vez la dicha de amanecer y oír la quietud del rocío y el canto de los pájaros y sentimos que sí, que han cedido las fuerzas y se acorta el camino, pero queda el amor con toda su heredad, con todo lo que existe desde mi corazón hasta tus brazos.

Sin respuesta



SIN RESPUESTA

Pasan los años raudos como inasibles briznas. Camino hacia un futuro que es presente y pasado en un instante. Todo sucede ahora cada día más pronto. Pasan los años ágiles y el tiempo se reduce. Menguan las intenciones y se acortan deseos y perspectivas. Y cuántas sensaciones por descubrir aún. Cuántos interrogantes me quedan sin respuesta. Cuántas incertidumbres en torno a cuanto avisto a lo largo y lo ancho de la vida.

¿Qué permanecerá de lo que puebla el mundo? ¿Qué entidad poderosa regirá sus principios? ¿Quién filtrará las aguas? ¿Quién templará las hebras de la brisa? ¿Qué será de estas tardes de invierno tan desnudas cuando el frío no acuda a su geografía? ¿Cómo estará la tierra de exhausta y agrietada? ¿Quién dará azul al cielo? ¿Quién rubor a los frutos? ¿Quién al amor sus chispas? ¿Cómo fabricarán otoños y crepúsculos en los laboratorios? ¿Quién sustituirá al cuervo y a la garza? ¿Quién al manzano ardiendo de candor?¿Cómo será la lluvia de mentira?

Y cuando la mar muera, ¿qué artificio entrará en sus honduras? ¿Qué peces crecerán entre cemento y fibra? ¿Y quién recordará la pasión de los faros por las noches oscuras? ¿Quién la nostalgia de suelo firme que circunda las islas? ¿Qué podrá parecerse a una jornada hermosa de primavera? ¿Qué a la fragancia intensa de los espinos? ¿Saldrán flores de almendro de las fórmulas químicas? ¿Y qué de las montañas? ¿En qué despeñadero terminarán tumbadas? ¿Dónde se posará la nieve que se invente? ¿Existirá el mañana? ¿Dolerán los recuerdos? ¿Habrá nubes sin prisa?

¿Se borrarán acaso todos los caminos si es que no se camina? ¿Se licuarán los mapas con sus marcados límites? ¿Quién ornamentará de nuevo otra naturaleza? ¿Y quién diseñará la longitud suavísima de las serpientes? ¿Habrá serpientes, jilgueros, estorninos y avispas? ¿Qué significarán felicidad y angustia? ¿Para qué la veleta de los sentidos? ¿Sentir qué de la nada? ¿Cómo se accederá a la melancolía?

¿Nadie describirá jamás la dicha de estar vivo? ¿Nadie se admirará del majestuoso umbral del firmamento? ¿Persistirán la luna, los astros y el poniente y el mediodía? ¿De lo humano perdurará una huella? ¿Un mínimo vestigio de su talante? ¿Y qué será de Dios? ¿Dónde verter su sombra planetaria? ¿Cómo encubrir su presencia infinita? ¿Quién dará testimonio del gozo y del tormento? ¿Quién dotará de voz al abuso y la culpa? ¿Quién manifestará la frágil prontitud de la belleza? ¿Ni un corazón al menos? ¿Podrán exterminar la poesía?


 

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