La realidad es otra



Con los ojos del poema veo el mundo de otra forma. Alargo la longitud y estanco las diferencias. Se me agigantan los sueños y la realidad desborda. Siento que me hieren menos las presencias insalvables; y que ya no me hacen daño ni las palabras sin fondo ni el triunfo de la derrota. Subo a las salas del tiempo y examino sus probetas, comprendo por qué sus lapsos, por qué su eterna premura o, en el dolor, su demora. La poesía me salva de la común indolencia y me acompaña, infalible, con su humildad campesina, como el aire del que vivo, como el silencio y la sombra. Me concede libertad y me acoge en sus delirios, desprendida, a cualquier hora.
La poesía es un estado de ceguera perspicaz, un incontrolable instinto de pasión desoladora, una fiebre, un acueducto que nos exilia del alma y nos trasborda a la sed, como cuando se es muy joven, brillante como la luz, y el corazón se enamora, y el amor enciende a diario, cada noche, sus luciérnagas y asistimos a sus templos en cuadrigas de deseo, con desbocada emoción, igual que el fugaz ahora.
Con la poesía alcanzo los páramos imposibles y desde su majestad me engrandezco y vocifero, nombro lo que no se nombra. Recupero trascendencia y dilato el sentimiento y accedo a todos los túneles de la infinita memoria. Yergo verdades ocultas, desentraño incertidumbres, confieso remordimientos y escucho lo que susurra la lluvia sobre las rosas. La poesía me ayuda a arrastrar lo que ignoro, a suponer lo que habito, a sospechar lo que falta en virtud de lo que sobra. Y me es necesaria siempre, por lo que me hace vibrar, por lo que canta y no dice, lo que sugiere y preserva, lo que actualiza y añora.
Y adivino en tu carácter montañas y riachuelos que desembocan en lunes, casi al pie de mis orígenes, muy al norte de la historia. Percibo las intenciones injertadas en tus labios, admiro la magnitud de cuanto pronuncia el humo que se escapa de tu voz, los fragmentos de belleza que emergen de tus lomas. Pronostico la salud que aún permanece en los pájaros y en qué rincón del otoño, como mi padre hizo un día, la muerte me cubrirá con el ocre de sus hojas. Sé tanto como el espacio, soy más que un instante apenas, me acerco a lo inaccesible, espanto lo que me asola. Y en ella amarro las bridas de todo cuanto me tienta, de cuanto miente y me atrae, de cuanto pierdo y me llama, de cuanto espero de ti y jamás conseguiré por ser la vida tan corta.  

Aurelio González Ovies
 

Palabra en obras Copyright © 2010 | Designed by: Compartidisimo