Vengo del Norte en Santa Marina de los Cuclillos


Pablo Álvarez coordina un entrañable taller recital sobre Vengo del Norte, de Aurelio González Ovies, en Santa Marina de los Cuclillos, parroquia del Concejo de Sieros, Asturias.

El 25 de mayo de 2015 en un enorme regalo de la vida, pude asistir al Taller Recital que Pablo Álvarez venía preparando en la hermosa comunidad de Santa Marina de los Cuclillos, con un grupo de personas entregadas a la poesía y a la magia que desprendieron los versos y la persona de Aurelio González Ovies.

Quienes conocen personalmente al poeta ya saben que es todo sencillez y humanidad. En esa ocasión cada objeto y cada gesto, cada persona desprendía una fragancia de verdad, cada palabra era Evangelio y tanta sinceridad componía un bello poema humano que era el espejo de ese Vengo del Norte, libro precioso nacido de la vida y devuelto a ella esa tarde mágica.

Hay algo aquí parecido al olor del infinito, que es uno de los versos del poema, era ahí también un olor de Eternidad, de tiempo original, ascendente, bautismo, comunión, sacramento, vida. Todos lo sentimos, cada quien desde su momento y desde su mundo interior. Era un don, un don del Tiempo o del Destino o de la Palabra y conversaban como si tal cosa, con Aurelio, que también habían masticado la cal de las paredes y visto estrellas de carburo en el alumbrado rural y el sentido que hay en todo y que está deletreado -lo sé, lo juro- en ese Vengo del Norte sembrado de bellezas, de seres humanos, de  tierra y trascendencia, de exilio y bondad, nostalgia y camino.

Algunas personas encuentran en determinado libro una vivencia de eternidad. Abro las páginas de Vengo del Norte en cualquier formato y se encienden todas las estrellas del firmamento del alma. Ver el libro en su edición primera y única sobre esa mesa cubierta con un mantel a cuadros, rodeada de personas de rostro verdadero, sin artificios ni poses literarias, con Pablo redondeando las sesiones previas que había tenido con ellas, el mismo Aurelio tan grande en su humildad como siempre... que esa escena ya es también para mí página de este libro infinito con todas sus estrellas encendidas. Yo estaba literalmente encantada, pensando que esa página era la del primer segundo de la eternidad, como el monje de la leyenda que escuchó cantar a un ave y vivió mil años felices en un instante tan solo.

Compartimos además una merienda deliciosa, fluyó la sidra, y una señora que en realidad era un hada confeccionó unas deliciosas galletas con las letras de Vengo del Norte. Otros seres mágicos había, poseedores de un tiempo interior diferente, que Aurelio entiende bien, siendo uno de ellos su maestra. Y presencias invisibles, cuyo aliento y amor podían sentirse en esa tarde asturiana donde la Palabra del más grande de los poetas nos entregó, breve luz para siempre, la vida verdadera.

(María García Esperón)



















 

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