Aurelio González Ovies firma su libro en la Feria del Libro de Madrid


Aurelio González Ovies en la Feria del Libro de Madrid



El 27 de mayo a las 6 PM el poeta Aurelio González Ovies estará firmando ejemplares de su libro Vengo del Norte en la caseta 319 del Fondo de Cultura Económica, en la Feria del Libro de Madrid.

Día del Libro en IES Noreña: en las alas de la Poesía

Foto: IES Noreña
El 20 de abril de 2018 en el IES de Noreña en Asturias, el poeta Aurelio González Ovies fue el invitado especial para la celebración del Día Internacional del Libro en el Instituto. Los alumnos coordinados por sus brillantes profesores trabajaron su obra con tanto compromiso como deleite al descubrir la cercanía humana de la que está hecha su poesía. Yo tuve el honor de participar en este encuentro que nunca olvidaré por la alta sintonía que alcanzamos todos en esa mañana en Asturias.
Pude conversar con la maestra Lorena, de la aventura que había significado para los alumnos apropiarse de la poesía de Aurelio desde el corazón y desde la piel. 

Un grupo de jóvenes leyó los principales poemas en un ambiente emocionado. Después, Aurelio y yo leímos varios de sus poemas, mientras que Esther Sánchez, la editora de Pinta-Pintar proyectaba las imágenes de "Versonajes". Se escucharon los versos de "Poemas humanos", "Yo también masticaba la cal de las paredes",  "Anuncio por palabras", "Canción y utopía para Goethe", "La hora bruja", "Yo no entender ti", un texto largo que en la voz de Aurelio hechizó al auditorio... 

La celebración alcanzó su paroxismo cuando Aurelio propuso escribir un poema colectivo respondiendo a la pregunta ¿para qué escribir?  en un pliego de diez metros de largo que atravesó al auditorio electrizando a la audiencia. El sabor incomparable de la creación en acto se apoderó de todos, conscientes de que en el colmado auditorio la Poesía estaba agitando sus alas.

Muchos aportaron su verso con una emoción que iba creciendo y que pudo recogerse al final, cuando se proyectaron las imágenes del libro que, basado en la obra del poeta, realizaron los estudiantes del Instituto. Los chicos coreaban ¡Aurelio! ¡Aurelio!, mientras que en diversos y pequeños grupos, a todos nos rebosaba el corazón la miel de la benevolencia humana.  La sencillez y grandeza de Aurelio González Ovies, presente tanto en su obra como en su persona, nos entregó a todos los reunidos en el auditorio del IES Noreña una celebración del Día del Libro que nadie podrá olvidar.




Esther Sánchez y Aurelio González Ovies desenvolviendo 10 metros de versos

Un gran abrazo con Esmeralda Sánchez, profesora y finísima poeta

¿Para qué escribir?





Vengo del Norte en el Cabo Peñas



Pocos días antes de llegar a Asturias un lunes de abril de 2018, yo había bordeado la mágica Galicia hasta llegar al Finisterre. Atestigüé el amanecer desde el Cabo Nerio y la experiencia fue de alto contenido espiritual.  Había llegado al final del camino del Sol para tantos pueblos, al lugar donde el peregrino de Santiago puede recoger el conocimiento trascendente, pues se lo ha ganado. Fin de la tierra, principio de la eternidad.

Para mí, sin embargo,  el fin de la tierra por excelencia es el Cabo Peñas.
Para mí, lo confieso,  el Camino no es el del Hijo del Trueno, sino el too Norte de Aurelio González Ovies.
Desde hace años calculaba cuándo y cómo podría llegar al Norte en punto y realizar, también para mí, los paisajes y sensaciones avistados en los versos.
Como si de un cuento se tratara o de una medieval leyenda, en este viaje a Asturias y gracias a María de Jesús, hermana del poeta, (Chusa de las dedicatorias de los versos) pude en un solo día milagroso caminar sobre poemas.

Luanco y el Instituto en el que estudiaron los hermanos, donde fuimos con la señora Blanquita, que envió un beso cariñoso a Aurelio. Luanco marinero,  donde pude ver la banca con los versos del mar; la playa de Llumeres, la mina, la vieja mina, invisibles sus amapolas. Viodo y el cementerio, más cielo que tierra, más Luz que sombra. El Cabo, ¡el Cabu Peñes!, las olas rompiendo, la Herbosa soñando. Bañugues, la casa y el magnolio, invisible la cal de las paredes, la araña de la puerta, los aviones y su estela. Fabio a lo mejor serás un príncipe muchacho, Ana con todos sus versos sin número, el resplandeciente mar avistado desde la infancia o la eternidad, los gitanos recogiendo caracoles (¿será esta la estación que menciona el poeta en Entre lirios?), la mar de nuevo, en femenino, como es en Asturias y como es esta tierra, desde mis ojos convertida en poema por la palabra de Aurelio, Tierra Santa en el nombre del verso y santa tierra gracias a una de las más hondas, dolorosas y sublimes sensibilidades humanas que hayan brotado en este jardín nuestro que podemos llamar mundo o vida, presente o realidad. 

Vida y jardín, realidad o mundo que puede ser y es terriblemente hermoso y fiero, pero que hecho verbo, hecho verso es Evangelio, buena nueva verde y marinera, palabra Vengo del Norte que renueva la humanidad y que resuena silenciosa en todos esos espacios que, por un solo día milagroso, para mí fueron El Poema.

María García Esperón

Luanco, el Instituto...


Dame tus manos mar. Oríllame a tus alas...

Las manos de María de Jesús, collares de flores, recuerdos de infancia






Viodo, el cementerio


Vengo del Norte frente al mar

La Casa, el Magnolio, el Libro



Para ser felices



Para ser felices no necesitábamos más que una mañana y un día de sol, con todo su espacio para que jugáramos. O una tarde de entera de lluvia o granizo. O una noche hermosa de frío, con fuego, y abuelos que hablaban como libros sabios, como nunca más. O una madrugada en la que parían las vacas del pueblo y todos estaban atentos y al tanto, como dueños fieles de sus animales. O un atardecer en el que volvían las lanchas y nos daban todo lo que no servía: quisquillas y pulpos, anémonas y algas y estrellas de mar.

Y éramos felices. Lo afirmo y lo juro. Bastaba una teja o un trozo de tiza o una novedosa chapa de botella o un trapo con el que taparnos los ojos o una calabaza para el carnaval o unos rodamientos para un carromato o botes cosidos a un hilo de vela que nos ensoñaban y nos hacían ricos y nos permitían escuchar y hablar. O un grillo sonoro al que camelábamos con agua y con hierbas, pero no salía, o un yoyó casero con unos botones de una gabardina o un saco de plástico que tanto servía como un buen trineo o la mejor sábana para algún disfraz.

Nos sentíamos libres y conquistadores de charcos y sebes y hasta casi intérpretes de la soledad. Nada nos faltaba, no sobraba nada, poco conocíamos, y lo suficiente; bastante y de sobra había al alcance: en una luciérnaga en pleno verano, en una pistola hecha con astillas o en la boya vieja cogida en la mar. En cualquier caseta sobre cualquier árbol, en cualquier madero que nosotros viéramos algún parecido con un gran caballo que nos permitiera huir y cabalgar.

Éramos dichosos, a todas las horas, ellas y nosotros, con solo reír, con solo jugar: al pincho, a las prendas, a la rueda-rueda, al “esconderite”, a las cuatro esquinas, a indios y vaqueros, o a rescatar; al corro, a la goma, a formar un tren, a saltar la comba, a la “pita” ciega, a correr con sacos o con las madreñas, a saltar la comba, al aro, a los zancos o a calentar manos o esperar el tiempo y verlo pasar. Y nada anhelábamos con más ilusión que una canica, un resto de tela para una cometa, un cromo o un lápiz o una perinola un trozo de pan. Felices, contentos, plenos y conformes, tal vez más que ahora. Mucho, mucho más.

El sino del hombre




Dicen que crece el hambre y sé que no es mentira, pero en mi tierra están las frutas caídas por el suelo. Y los huertos callados y olvidados sus lindes y abatidos sus muros. Nadie baja al otoño con cestos deseosos de bayas y sabores. Nadie prueba el almíbar de cada primavera ni recolecta el bien de sus libres arbustos. Tan solo la alimaña se regocija y nutre del festín opulento de la naturaleza. Apenas los más jóvenes conocen las espinas del erizo ni han probado la carne de los escaramujos. De pronto hemos pasado de la nada al exceso. Y ya no recordamos la humildad de las uvas ni el tacto del membrillo ni el fragor del saúco de acostumbrarnos tanto a fingidos productos.

Dicen que hay hambre y sé que eso es muy cierto. Aquí, a pie de calle, muy cerca de nosotros. Mas en cualquier paraje se pudren las ciruelas al borde del camino y las tiernas castañas y los piescos maduros. No apetecen a nadie las manzanas ni el higo ni las moras ni el apio ni el orégano tímido que perfuma el verano. Nadie mira las nueces ni recoge las guindas. Nadie aprecia el arándano ni el fértil avellano ni los solos madroños ni el rubor de los prunos. En mi región parece que nos sobra de todo o que aquello que abunda se desecha o se tira; y es más fácil comprarlo adulterado y falso. Y pisamos bellotas y añoramos su harina, descastamos el fuego y pagamos por humo.

Dicen que terminamos con todo lo que existe. Que es el sino del hombre. Que su instinto es así. Porque apenas cuidamos lo mucho que perdura con su verdad de siempre, con su paciencia inmune. Y me extraña que aún se prenda la luciérnaga. Y que sigan los cuervos con su vuelo de luto. Me admira que madruguen las ardillas y el sol y que canten contentos el raitán y el cuclillo o que ahueque la noche la insistencia del búho. Me asombra que nos amen el perro y el caballo y todavía nos cedan su lana las ovejas y que no hayan cansado las aspas de la brisa ni se hayan obstruido las arterias del mundo. Me sorprende que el cielo no se haya desplomado o que la mar permita que profanemos más sus túneles cobalto. Me desconcierta el hombre, a veces, con sus poses. Porque dicen que hay hambre, pero somos un péndulo entre miseria y lujo.

Elegía en verano


TE enterramos de jueves, madre,
un jueves de verano, a principios de julio.
Si vieras cómo estaban la mar
y la mañana. Cómo cantaban
todos los pájaros del mundo.


Quisimos colocarte en el nicho
de arriba,
según entras al fondo,
a la izquierda, el más alto;
como siempre decías que, con pensar
estar a ras de suelo,
parecía que te ahogabas...
Estás en el de arriba, el último,
y si un día pudieras incorporarte
un poco
te gustaría saber que estás enfrente justo
de la nube de hortensias que rodean
tu casa.


Fue tan rápido todo... Ya ves, tú tan contenta
por un poco de pelo que crecía otra vez
tras la quimioterapia... y zas, la puta vida
o la maldita muerte. Pusimos la familia
no recibe, ya sabes..., por eso de no dar
tantos besos al aire. No pareció muy bien
a todos, claro... Cuántas flores trajeron.
El cuarto en el que estabas olía
como las fresas.
Y los que se acercaban a la caja
decían que te marchabas con la misma
sonrisa que nunca habías quitado
de la cara. No sé cómo lo hiciste
después de ser contigo tan injusta esta tierra.
Si supieras qué pena clavarte la morfina,
qué impotencia, qué rabia. Primero nos veías,
después ya no tragabas, poco a poco cerraste
los ojos y durante
dos días,
no pudimos más que pasar por tu cabeza
nuestras manos. Mirar cómo te ibas, nuestro todo,
a la nada.
Fue tan terrible, Ros. Recogerte los ramos,
cerrarte la madera, sacarte de tu casa... Saber
que para siempre.


Yo que te había plantado los cerezos
y tú que ibas a darme aquellas dalias...


En la esquela escribimos aquel verso
que dice alguna flor por mayo nacerá
con tu nombre. Mi padre todavía
no fue hasta el cementerio. Pero de casa
alguien va todas las semanas
a cambiarte las flores y acariciar
la lápida.


Cómo cambió la vida, madre. Puedo
seguir jurando que te quiero, como te quise,     
igual, así: te quiero. Pero antes
cualquier huella de ti sobre las cosas
me ilusionaba.


Hoy cualquier recuerdo tuyo
                        me parte el alma.
 

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